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Autor: Agustí Fernández de Losada
Julio de 2021
Tras ganar las alcaldías de las principales ciudades del país, la izquierda milenial chilena ha estado a punto de dar la sorpresa en las elecciones regionales de Santiago. Con nuevos liderazgos, en buena parte femeninos, los partidos de la izquierda alternativa deberán realizar un esfuerzo importante para que se les visibilice como una opción de gobierno viable en una sociedad de raíz conservadora.
La ajustada victoria de la centroizquierda en la región metropolitana de Santiago en la segunda vuelta de las elecciones a gobernadores regionales celebradas el 6 de junio en Chile matiza, en cierto modo, la irrupción de la que podríamos llamar izquierda milenial o alternativa en el mapa político chileno. Los resultados de las súper-elecciones celebradas en el país dos semanas antes que sirvieron para elegir constituyentes, alcaldes y gobernadores regionales (primera vuelta) habían situado a los partidos tradicionales en una situación muy delicada en un momento trascendental en la historia política del país. Los buenos resultados de independientes y de la izquierda alternativa en las constituyentes, sumado a los excelentes resultados del Frente Amplio y el Partido Comunista en alcaldías tan simbólicas como la propia capital Santiago, pusieron todos los focos en la segunda vuelta metropolitana en lo que se ha denominado la batalla de Santiago.
El pase a la segunda vuelta de la frenteamplista Karina Oliva en la elección a gobernador de la región metropolitana de Santiago abría un escenario no previsto y de consecuencias políticas inciertas. Una victoria de Oliva ante el democratacristiano Claudio Orrego hubiera situado al Frente Amplio en una posición relevante en la carrera presidencial abierta este año en el país. El triunfo de Orrego diluye en cierta medida dichas expectativas y relaja la tensión a la que están sometidos los partidos tradicionales, de izquierda y derechas. Sin embargo, no puede ni debe enmascarar algunos de los principales apuntes que nos deja el proceso electoral. Apuntes que deben ser tenidos muy en cuenta para entender el panorama político en que se darán las elecciones presidenciales del próximo mes de noviembre.
El malestar de una parte muy importante de la sociedad chilena con las élites gubernamentales y los partidos tradicionales explica en buena medida dicho panorama. Un malestar que originó las protestas de octubre de 2019, reflejo de un país profundamente desigual y fragmentado, y que probablemente están en la base del crecimiento electoral de la izquierda alternativa. Una izquierda que ha ganado en algunas de las alcaldías más pobladas del país y en 4 regiones. Alcaldías tan simbólicas como la de Santiago, en la que la economista comunista Irací Hassler ha derrotado al alcalde saliente de Renovación Nacional, Felipe Alessandri, descendiente de una poderosa estirpe política conservadora; Valparaíso, bastión durante años de la democracia cristiana, en la que Jorge Sharp resultó reelecto con el 56% de los votos; o Viña del Mar, la popular Maipú o Nuñoa, donde la derecha había gobernado los últimos 24 años.
«Más allá de gobernar en los municipios más poblados, la izquierda alternativa presenta una agenda transformadora que rompe con los postulados tradicionales de la política chilena»
Pero más allá de gobernar en los municipios más poblados y en un número significativo de regiones, la izquierda alternativa presenta una agenda transformadora que rompe con los postulados tradicionales de la política chilena. En el país que durante tiempo simbolizó el milagro del neoliberalismo económico de Milton Friedman, en el que la centroizquierda preservó las esencias del libre mercado y la privatización de los recursos naturales y de servicios tan básicos como la salud, las pensiones o la educación; la izquierda alternativa encarnada por el Frente Amplio, el Partido Comunista y un buen grupo de candidatos independientes, emerge, desde lo local, con una agenda feminista, ecologista, basada en derechos y en el buen vivir, cercana a los sectores más populares y desfavorecidos de la sociedad chilena y orientada a acabar con determinados privilegios.
Una agenda que, en un país fuertemente marcado por el malestar social, el impacto de la pandemia y la desconfianza en las élites políticas y económicas puede abrir un escenario alternativo. Un escenario marcado por liderazgos jóvenes, nacidos ya en democracia, buena parte de los cuales femeninos, que plantean una manera diferente de hacer política y sitúan nuevas prioridades como puede ser la despenalización del aborto, el acceso a la salud, a la educación o a la vivienda, la desprivatización de las pensiones o de los recursos naturales o la democracia participativa.
La victoria de Claudio Orrego puede suponer un freno en las aspiraciones presidenciales de los líderes del Partido Comunista y del Frente Amplio. Sin embargo, los partidos que conforman lo que algunos denominan el duopolio chileno, la derecha gobernante integrada en Chile Vamos, y la centroizquierda agrupada en torno a Unidad Constituyente (la antigua Concertación), deberían tomar nota y tratar de entender lo que hay detrás del malestar social y la desafección de buena parte de la sociedad chilena con la política tradicional. Será difícil que la derecha se mueva, pero la centroizquierda debería plantearse la revisión de un modelo socioeconómico y productivo que se ha mostrado caduco e injusto. A su vez, los partidos de la izquierda alternativa deberán realizar un esfuerzo importante para que se les visibilice como opciones de gobierno homologados en una sociedad de raíz conservadora. Una gestión exitosa en lo municipal, como la llevada a cabo por Jorge Sharp en Valparaíso, puede ayudar.
A pesar de la muy baja participación, inferior al 40%, la batalla de Santiago puede haber servido para tomar el pulso a la agenda política chilena ante las elecciones presidenciales de noviembre. Corren vientos de cambio, no solo en Chile, también en Europa o en Estados Unidos. Se imponen nuevas narrativas. La recuperación de la pandemia sitúa una agenda política transformadora en la que lo público adquiere una relevancia sin precedentes para impulsar las múltiples transiciones, digital, ecológica y social, que las sociedades y el planeta demandan. Los partidos chilenos tendrán que ser capaces de leer las aspiraciones de la sociedad y posicionarse.